Efecto placebo

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Un placebo (del latín placēbō, “complaceré”) es una sustancia sin efecto farmacológico que se utiliza como control en un ensayo clínico. El placebo es capaz de provocar un efecto positivo en ciertos individuos enfermos, si éstos creen que es un fármaco verdadero (estudios recientes indican que pueden funcionar incluso aún a sabiendas de su inocuidad). El efecto placebo es debido a causas psicológicas. El efecto contrario se conoce como efecto nocebo.

¿Acaso una pastilla de azúcar de placebo ejerce el mismo efecto que el de cualquier otra pastilla médica? ¿Existe una curva de respuesta a las dosis, como la que los farmacólogos hallarían para cualquier otro medicamento? La respuesta es que el efecto placebo abarca mucho más que la mera pastilla: abarca el sentido o significado cultural del tratamiento. Las fármacos no aparecen sin más en nuestro estómago: son administrados de un modo particular, adoptan formas diversas y se ingieren o inyectan con unas determinadas expectativas. Y todo eso tiene un impacto en las ideas y creencias de la persona sobre su propia salud y, a su vez, sobre el resultado del tratamiento. Cuando se trata de chochos, la homeopatía es, por poner un caso, un ejemplo perfecto del valor del ceremonial.

Efecto placebo en acción

Barry Blackwell, Saul S. Bloomfield y Ralph Buncher (1972), llevaron a cabo una serie de experimentos con 57 estudiantes universitarios para determinar el efecto del color —así como del número de comprimidos— en el conjunto de efectos provocados. Los sujetos escuchaban durante una hora una aburrida conferencia y, antes de ella, se les administraba una o dos pastillas, que podían ser rosas o azules. Estaban informados de que podían recibir un estimulante o un sedante, pero no sabían cuál de las dos cosas. Como los autores del ensayo eran psicólogos y el trabajo se remonta a la época en la que los investigadores podían hacer casi de todo con sus sujetos —incluso mentirles—, el tratamiento que todos los estudiantes recibieron realmente no consistió más que en pastillas de azúcar, aunque de diferentes colores.

Posteriormente, los investigadores examinaron y midieron el grado de alerta que mantuvieron los estudiantes (así como cualquier otro efecto subjetivo). Lo que encontraron fue que dos pastillas eran más eficaces que una (y provocaban más fácilmente también efectos secundarios), como se podría haber esperado. También descubrieron que el color influía en el resultado: los comprimidos de azúcar rosas eran mejores para mantener la concentración que los azules. Dado que los colores no tienen en sí propiedades farmacológicas intrínsecas, la diferencia de efecto sólo podía obedecer a los significados culturales del rosa y el azul: el rosa mantiene alerta; el azul tranquiliza.

Los colores

Otro estudio sugirió que el Oxazepam, un fármaco similar al Valium (Diazepam), trataba más eficazmente la ansiedad cuando venía en forma de comprimido azul, y era más efectivo contra la depresión cuando se presentaba en formato amarillo.

Las empresas fabricantes de medicamentos saben mejor que nadie los beneficios de una buena imagen del producto: no en vano dedican más dinero a publicidad que a investigación y desarrollo. El Prozac, por ejemplo, es blanco y azul. Un estudio del color de las píldoras y los comprimidos actualmente existentes en el mercado halló que la medicación estimulante tiende a presentarse en pastillas rojas, naranjas o amarillas, mientras que los antidepresivos y los tranquilizantes son generalmente azules, verdes o morados.

Placebo sin pastillas

Los placebos, para que "funcionen", no tienen por que venir en forma de pastilla o inyectables. En 1996, Guy H. Montgomery e Irving Kirsch explicaron a unos estudiantes universitarios que eran parte en un estudio sobre un nuevo anestésico local llamado «trivaricaína». La trivaricaína (que no existe como fármaco realmente) es marrón y se aplica extendiéndola sobre la piel, huele a medicamento y es de una efectividad tan poderosa que hay que llevar guantes para manejarla. En realidad, la sustancia real estaba hecha a base de agua, tintura de yodo y aceite de tomillo (para el olor), y el experimentador (que también vestía bata blanca) llevaba guantes de goma sólo para efectos dramáticos. Ninguno de esos ingredientes tiene influencia química alguna sobre el dolor.

Los experimentadores procedían extendiendo la trivaricaína sobre uno de los dedos índices de los sujetos y aplicándoles a continuación una dolorosa presión en ese dedo. También podían proceder en el orden inverso: aplicando primero el dolor y, a continuación, la trivaricaína. Pues bien, los sujetos dijeron sufrir menos dolor cuando el dedo en cuestión era tratado previamente con la asombrosa trivaricaína. He aquí un claro efecto placebo, pero sin pastillas por ningún lado.

Explicaciones y diagnóstico placebo

Aun sin hacer nada, los médicos, sólo por su manera de comportarse, pueden tener un efecto tranquilizador. Y hasta la tranquilidad puede, en ciertos sentidos, descomponerse en sus partes informativas constituyentes. En 1987, Thomas mostró que el simple hecho de dar un diagnóstico —incluso un falso diagnóstico «placebo»— mejoraba los resultados de los pacientes. Doscientos pacientes con síntomas anormales, pero sin signos específicos de ningún diagnóstico médico concreto, fueron repartidos al azar entre dos grupos.

A los del primer grupo se les decía: «No consigo saber con certeza qué le pasa a usted». Dos semanas después, sólo el 39% habían mejorado.

A los del otro grupo, sin embargo, se les daba un diagnóstico en firme, sin vacilaciones, y se les indicaba con total confianza que estarían mejor en pocos días. El 64 % de los pacientes de este segundo grupo mejoraron en dos semanas.

Aquí se alza el espectro de algo que trasciende con mucho las fronteras del efecto placebo y que penetra aún más a fondo en el terreno de los terapeutas alternativos. Y es que deberíamos recordar que estos terapeutas no sólo proporcionan tratamientos placebo, sino que también dan lo que podríamos denominar «explicaciones placebo» (o «diagnósticos placebo»): afirmaciones infundadas, no basadas en pruebas y, a menudo, fantásticas, acerca de la naturaleza de la dolencia del paciente, en las que se invocan propiedades mágicas, energías o supuestas deficiencias vitamínicas (o «desequilibrios») de las que el terapeuta en cuestión se declara conocedor en exclusiva. (Véase Bioneuroemoción).

Experimentación

¿Existe entonces algún tipo de investigación básica de laboratorio que explique lo que sucede cuando se nos administra un placebo?

Sí, aunque no son experimentos fáciles de realizar. Se ha demostrado, por ejemplo, que la «versión» placebo de un medicamento real puede inducir los mismos efectos que éste en el cuerpo, no sólo en seres humanos, sino también en animales. La mayoría de los fármacos destinados a tratar la enfermedad de Parkinson funcionan incrementando el nivel de dopamina liberada en el organismo. Pues bien, los pacientes receptores de un tratamiento placebo contra la enfermedad de Parkinson, por ejemplo, evidenciaron un nivel adicional de dopamina liberada en el cerebro.

Zubieta y sus colaboradores (2005) mostraron que los sujetos sometidos a dolor y, seguidamente, tratados con un placebo liberan más endorfinas que aquellos que no reciben nada. (Aunque hay debate acerca de esto ya que las personas a quienes se les administró el placebo también fueron las que tuvieron que soportar estímulos más dolorosos, que es otro factor que puede explicar por qué mostraron niveles más altos de endorfinas.

En general, se tiende a pensar, de un modo bastante peyorativo que, si el dolor de una persona responde bien a un placebo, eso quiere decir que «todo estaba en su cabeza» y ya está. A juzgar por los datos de diversas encuestas, incluso el personal médico y de enfermería se cree esa especie de bulo.

Conclusión

Se ha creído ampliamente que los tratamientos placebo se asocian con efectos sustanciales sobre una amplia variedad de problemas de salud. Sin embargo, esta creencia no se basa en evidencias procedentes de ensayos controlados aleatorios que utilicen un tratamiento placebo para un grupo de personas, mientras otro grupo no reciba tratamiento. Se estudió el efecto de los tratamientos placebo mediante la revisión de más de 150 ensayos que incluyeron varios tipos de problemas de asistencia sanitaria. Los tratamientos placebo no causaron beneficios sanitarios importantes, aunque tuvieron posiblemente un efecto pequeño sobre los resultados informados por los pacientes, por ejemplo, el dolor.

Ligas externas

Véase también

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