El niño del diente de oro
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El 22 de diciembre de 1586 nacía Christoph Müller en la aldea de Weigelsdorf (hoy Ostrowiec), en Silesia, una comunidad en el límite al sudoeste de la actual Polonia, que era, en ese momento, parte del Sacro Imperio Romano Alemán de Rodolfo II. Según el recuento, al chico campesino le creció un diente molar de oro en el lado inferior izquierdo de la mandíbula. Aunque se estimó que fue a los dieciocho meses cuando le apareció tal pieza dentaria, la noticia no se difundió hasta 1593, cuando contaba ocho años.
La noticia del evento atrajeron a una multitud de admiradores y espectadores, a estudiosos y médicos ques estaban interesados en investigar el caso y así poder contar del milagro en sus propios escritos.
Uno de los más interesados en el suceso fue el Dr. Jacob Horst (Iacobus Horstius), profesor de medicina en la Universidad Julius en Helmstædt, originalmente de Schweidenitz (Swidnica, hoy), a solo 24 kilómetros al noroeste de Weigelsdorf. El Dr. Horst estaba en la región para vender una de sus propiedades.
El Dr. Horst se puso en contactó con la familia del niño y le realizó a este una sencilla prueba que consistía en frotar sobre la pieza dentaria con una piedra de toque de las utilizadas en orfebrería para contrastar la autenticidad y la calidad de metales preciosos. Horst realizó la prueba y la piedra quedó marcada. El doctor convocó a otros expertos para evaluar la autenticidad del oro, y después de confirmar que es casi tan puro como el oro 'húngaro', declara que el fenómeno es real.
En 1595, Horst publicó un tratado de ciento cuarenta y cinco páginas sobre el caso, que tituló De Aureo dente maxillari Silesii pueri (‘Del diente de oro del niño de Silesia’). Era tal el entusiasmo que le puso al tema que incluso atribuyó el origen del hecho a factores sobrenaturales. En su obra señalaba que el 22 de diciembre de 1586 coincidía con el solsticio de invierno y además se había producido una inusual alineación de los planetas. En el momento del nacimiento de Christoph, el Sol se hallaba en la constelación de Aries en conjunción con Marte, Saturno y Venus. Gracias a esta favorable situación astrológica, los humores que nutrían el cuerpo del recién nacido funcionaban con tanta intensidad que segregaron, en lugar de masa ósea, oro puro. Pero ahí no quedaba la cosa, ya que Horst estaba convencido de que la aparición del diente de oro era un aviso del fin de la expansión del Imperio otomano e indicaba un próspero futuro al Sacro Imperio Romano Germánico. Además, debido a que el diente de oro era el último en la mandíbula inferior, sentaría las bases de un imperio cristiano que duraría miles de años, estableciendo una época dorada para el Sacro Imperio Romano. Sin embargo, dado que la muela de oro estaba en el lado inferior izquierdo (en latín, la izquierda es sinister, siniestra), explicó Horst, los ejércitos cristianos de Rodolfo II enfrentarían primero eventos siniestros antes de lograr una victoria final.
Por el hogar de los Müller fueron pasando ilustres investigadores a cual más entusiasmado con el caso. Centenares de curiosos peregrinaban hasta la aldea de Weigelsdorf para ver al famoso niño del diente de oro. Al igual que Horst, otros estudiosos del tema publicaron libros sobre el suceso. Martin Ruland trató de hallar una explicación racional, mientras que John Ingolstetter coincidía abiertamente con la versión de Horst de que la pieza había salido por causas sobrenaturales.
Pero no todo el mundo estuvo de acuerdo con la autenticidad del caso. Duncan Liddell, un médico escocés que residía en Helmstedt, no estaba convencido con las argumentaciones de sus colegas y comenzó a investigar por sí mismo, publicando el estudio Tractatus de Aureo pueri Silesiani dente, en el que trataba de demostrar que el diente de oro de Müller tenía que haber sido colocado por una mano humana. La primera de sus argumentaciones era que el 22 de diciembre de 1586 el Sol no se hallaba en la constelación de Aries, ya que esta no se produce hasta marzo.
Liddell también publicó una carta escrita el 31 de diciembre de 1595 por Balthazer Caminæus, un médico de Fráncfort, en la que describía cómo el muchacho sólo mostraba la pieza dorada a aquellos que habían pagado previamente. El galeno Rhumbaum, en su exploración, había podido comprobar una pequeña y sospechosa grieta en el diente. El tiempo confirmó la hipótesis de Liddell. Con los años y la presión de la masticación diaria, se fue desgastando el suficiente oro como para revelar que se trataba de una simple y fina capa colocada sobre la pieza dentaria. Para que no se descubriese el engaño, el muchacho trató de ocultar el deterioro del diente negándose a mostrárselo a nadie más.
En una carta, Liddell contó que en cierta ocasión se presentó un noble lleno de curiosidad por observar el prodigio del niño con un diente de oro. La soberbia del caballero, unida a su borrachera, hizo que montase en cólera cuando el muchacho se negó a abrir la boca y mostrar su preciado interior. Consumido por la rabia, el hombre le asestó una puñalada en la mejilla causándole una importante herida. Cuando Christoph fue atendido por un cirujano para cortarle la hemorragia y suturarle la herida, este descubrió el fraude y así se lo comunicó a las autoridades.
Solo hay evidencia circunstancial del tipo de corona que tenía Christoph. La muela de oro se describió como un poco más grande que los dientes vecinos, y debe haber tenido suficiente grosor como para durar unos 18 meses antes de que se descubriera el engaño. El oro estaba bien adaptado por debajo de la línea de las encías para engañar a la gente por un tiempo. Además, tenía suficiente grosor para soportar la eliminación de una pequeña cantidad con una piedra de toque para demostrar que era oro puro.
Quizá uno de los misterios de este caso es la verdadera naturaleza de la corona. ¿Era una corona, una lámina dorada en capas, una corona estampada, una corona de concha moldeada? Quizás nunca lo sabremos. No hay descripciones de primera mano, solo recuentos de testigos oculares de segunda mano. Lo mejor que se puede hacer es usar evidencia circunstancial y conjeturas.
Christoph Müller fue el único encarcelado en el caso, ya que el resto de familiares o parientes pudieron escapar antes de ser apresados. Tras saberse toda la verdad, los expertos determinaron que la placa colocada sobre el diente había sido una auténtica obra de artesanía y que quien ahí la colocó era un buen orfebre. Con el paso del tiempo, el diente de oro ha pasado a ocupar un lugar distinguido en la historia de la odontología, ya que es considerado como el primer caso documentado de corona dental.
¿Quién pudo haber perpetrado este engaño?
La persona más probable era alguien con experiencia en el manejo del oro. Es muy poco probable que haya sido un dentista. La odontología era más bien primitiva en la época, practicada por barberos, herreros, curanderos autoproclamados itinerantes, incluso charlatanes, y muy pocos cirujanos. Se argumenta aquí que la persona más probable para completar esta corona era un orfebre o aprendiz de orfebre. No es demasiado difícil imaginar que la ciudad de Breslau, a poco más de 32 kilómetros al noreste, podría haber sido el campo de entrenamiento. Durante un período de 300 años, que abarcó desde mediados del siglo XVI hasta mediados del siglo XIX, Breslau tenía una rica tradición de orfebres. Había 94 orfebres registrados en Breslau. De estos, 14 estaban activos durante el final del siglo XVI y podrían haber estado directa o indirectamente involucrados en el entrenamiento de alguien asociado con este engaño. Aunque todo esto es especulativo, sin embargo, si asumimos que el trabajo fue el de un orfebre, o un aprendiz que fue entrenado en el manejo de oro, la proximidad de este centro principal podría haber proporcionado amplias oportunidades.
El engaño tuvo que llevarse a cabo a finales de 1592 o principios de 1593, cuando el molar permanente del niño entró en erupción por completo. Además, tenemos la hipótesis de que tenía que ser alguien a quien el viejo Müller, un pobre carpintero, y el joven Christoph confiaran en mantener secreto. Tal vez fue un hermano mayor, o un pariente que fue entrenado o haya trabajando en la cercana Breslau. El problema no es solo el conocimiento del manejo del oro, o tener los instrumentos adecuados, sino también tener acceso a la cantidad y calidad de oro adecuadas. El acceso, los instrumentos, el material, el know-how, todo apunta a alguien que era muy versado en el manejo del oro y que era cercano a la familia. Además, la persona que realiza el trabajo debió tener acceso a Christoph durante varios días, quizá semanas. Está claro que la colocación de la corona debe haberse realizado durante un período de tiempo más largo, tal vez incluso después de varios intentos fallidos. No tener electricidad en ese momento significaba que tenía que hacerse durante el día, tal vez en un espacio abierto bajo la luz del sol. Finalmente, la persona que estaba haciendo esto debe haber sido diestra. Para obtener el mejor acceso y la máxima visibilidad a largo plazo, el molar inferior izquierdo habría sido la opción más obvia. Varias fuentes discuten el hecho de que el diente anterior al molar dorado había desaparecido, lo que habría dado aún más acceso. La corona probablemente duró unos 18 meses, desde la primavera de 1593 hasta algún momento de 1595. Alrededor de ese tiempo, el diente comenzó a cambiar de color, y su superficie oclusal debió haber comenzado a mostrarse. Esta fue la etapa en la que el joven Christoph dejó de mostrar su diente de oro, un fenómeno que enfureció al noble borracho y lo llevó a apuñalar a Christoph en la mejilla, lo que a la postre llevó al descubrimiento del engaño.
Quienquiera que fuera el que perpetró el engaño creó la primera corona moldeada en oro, tan perfecta que incluso los hombres cultos de la época fueron engañados al tratar de explicarla y relatarla para la posteridad. Sin esta mano de obra perfecta, es probable que no sepamos sobre el primer caso documentado de una corona de oro en 1593.
Referencias y bibliografía
- A.I. Spielman (2009) The Boy with the Golden Tooth: A 1593 Case Report of the First Molded Gold Crown. doi:10.1177/0022034508328196
- Gregorio Doval (2010). Fraudes, Engaños Y Timos De La Historia. ISBN 9788499672014.
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