Corán

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El Corán (del árabe القرآن, al-qurʕān), también transliterado como Alcorán, Qurán o Korán, es el libro sagrado del Islam, que según los musulmanes contiene la palabra de Alá ('Dios'), revelada a Muhammad (Mahoma, محمد), quien, según él, recibió estas revelaciones por medio del arcángel Gabriel.

Composición

El Corán está escrito en árabe y dividido en 114 capítulos llamados suras que constan en total de unos 6,200 versos. Todos los suras, excepto el primero y el noveno, comienzan con las palabras «En el nombre del compasivo, el misericordioso», y quienquiera que haya compilado el Corán no lo hizo según un orden cronológico sino colocando los suras más largos al principio.

Para la mayoría de los musulmanes de hoy, el Corán sigue siendo la infalible palabra de Alá, revelada a Muhammad en el más puro árabe por intermedio de un «espíritu» o de Gabriel, mientras que el texto original está en el cielo. Los musulmanes modernos sostienen que estas revelaciones se han conservado tal cual como se le transmitieron a Muhammad, sin el más mínimo cambio, añadido ni supresión.

Usos del Corán

El corán (Koran o Quran)

No sólo se lee como ensalmo con ocasión de nacimientos, muertes o casamientos, sino que se considera un [[[talismán]] contra enfermedades y desastres, e incluso hay quienes lo recomiendan como afrodisíaco.

Hurgronje y Guillaume señalan el modo irracional en que se obliga a los niños a aprender de memoria grandes trozos del Corán, o incluso el libro entero, a expensas de su capacidad de raciocinio, que se ve afectada por el enorme esfuerzo de tal memorización. Hurgronje añade que el Corán se recita simplemente porque ello se considera meritorio, pero que no se presta ninguna atención al sentido de sus palabras, hasta el punto de que ni siquiera aquellos lo bastante instruidos en su estudio llegan a advertir a veces que los versos que recitan condenan como pecado algo que ellos hacen a diario.

El Corán, el libro de la guerra

Dado que la carrera profética de Muhammad estuvo profundamente marcada por la sangre y la guerra, no debería sorprender que el Corán, el libro sagrado que legó al mundo el profeta del Islam, sea igualmente violento e intransigente. El Corán es el único de los textos sagrados que da consejos a sus adeptos para que hagan la guerra contra los no creyentes.

Existen más de cien versículos en el Corán que exhortan a los creyentes a emprender la yihad contra los no creyentes.

«Combate duramente» equivale al árabe yahidi, una forma verbal del sustantivo yihad. «y cuando os enfrentéis [en combate] a los que se empeñan en negar la verdad, golpeadles en el cuello hasta derrotarlos por completo, y luego apretad sus ligaduras» (Corán, 47:4).

El Corán ordena a los musulmanes hacer la guerra contra judíos y cristianos. Los versículos pacíficos del Corán, a menudo considerados tolerantes, en realidad han sido cancelados, de acuerdo con la teología islámica. En la Biblia no hay nada comparable a las exhortaciones a la violencia del Corán.

Se debe combatir contra los judíos y los cristianos al igual que contra los «idólatras»:

«Luchad contra aquellos que, a pesar de haber recibido la revelación, no creen en Alá ni en el Último Día, no consideran prohibido lo que Alá y Su Enviado han prohibido, y no siguen la religión de la verdad que Alá les ha prescrito, hasta que se avengan a pagar de buen grado la jizya, una vez que hayan sido humillados» (Corán, 9: 29). La Jizya era un impuesto infligido a los no creyentes.

Los cinco pilares del islam

  • La sahahada (la fe).
  • El salat (la oración).
  • El zakat (la limosna).
  • El ayuno del mes de Ramadán.
  • La peregrinación a La Meca al menos una vez en la vida.

Yihad

La yihad o Jihad (Guerra santa) es el deber máximo de los musulmanes.

En la teología islámica, yihad fi sabil Allah se refiere específicamente a tomar las armas por el islam. El paraíso está garantizado a todos aquellos que «matan y son matados» por Alá:

«Alá ha comprado a los creyentes sus vidas y sus bienes, prometiéndoles a cambio el paraíso, [y así] luchan por la causa de Dios, matan y son matados: una promesa cierta que Él se ha impuesto» (Corán, 9: 111).

Se podría intentar realizar una espiritualización de esos versículos, pero tomando como referencia la trayectoria histórica, no cabe duda de que Muhammad hablaba en un sentido literal.

¿El Corán predica la tolerancia y la paz?

¿Acaso el Corán no pregona realmente la paz y la tolerancia? Por supuesto, hay algunos pocos versículos nefastos, pero también hay una gran cantidad que afirman la hermandad del hombre y la igualdad y dignidad de todos, ¿no es cierto? No, no lo es. En realidad, lo más cerca que se encuentra el Corán de aconsejar la tolerancia o la coexistencia pacífica es cuando incita a los creyentes a dejar abandonados a los no creyentes a sus errores. Desde luego, es necesario dejarlos solos para que Alá les ajuste las cuentas:

¿El Corán enseña a tomar las armas sólo en defensa propia?

Yihad

¿Los musulmanes deben atacar incluso a aquellos no musulmanes que no [sic] hacen nada contra el islam, solamente porque debemos propagar el islam?
Se debe comprender que los musulmanes creen firmemente que la persona que no cree en Alá es un incrédulo que estará condenado al infierno por toda la eternidad. Así, una de las primeras responsabilidades del gobernante musulmán es difundir el islam por todo el mundo para salvar a la gente de la condenación eterna. En un pasaje de Ta'sir Uthmani [un comentario sobre el Corán] se dice que si un país no permite la propagación del islam entre sus habitantes de una manera adecuada, o genera dificultades para ello, entonces el gobernante musulmán podría justificar la declaración de una yihad contra ese país para que el mensaje del islam pueda llegar a sus habitantes, y así salvarlos del fuego del Jahannam [infierno]. Si los Ku'faar [no creyentes] permiten a los musulmanes difundir el islam en forma pacífica, entonces no se hará la yihad contra ellos. En otras palabras, si se considera que un país está dificultando la difusión del islam, los musulmanes están obligados a declararle la guerra.

~Ibrahim Desai, muftí sudafricano.

Con respecto a este punto, los apologistas islámicos podrían aseverar que el Corán no deja libradas las relaciones entre los creyentes y no creyentes a un criterio de «vivir y dejar vivir». Ellos podrían admitir que el libro aconseja a los creyentes defenderse a sí mismos y argumentarán que se trata de una teoría similar a la de la guerra justa de la Iglesia católica. Los musulmanes no deben comenzar los conflictos con los no creyentes. Sin embargo, una vez que han dado comienzo las hostilidades, los musulmanes deben atacarlos con furia.

«Matadles dondequiera que los encontréis y expulsadles de donde os hayan expulsado, pues la opresión es aún peor que matar. Y no luchéis con ellos junto a la Casa Inviolable de Adoración si ellos no os combaten antes allí; pero si os combaten, matadles: ésta es la recompensa de los que niegan la verdad. Pero si cesan, ciertamente, Alá es indulgente, dispensador de gracia» (Corán, 2: 191-192).

¿Cuál es el final de esta guerra?

«Por tanto, combatidles hasta que cese la opresión y la adoración esté consagrada por entero a Alá» (Corán, 2: 190-193).

Esto parecería indicar que la guerra debe continuar hasta que el mundo se convierta al Islam o hasta que la ley islámica sea hegemónica. Por consiguiente, existe un problema con esa presunta interpretación de que la yihad sólo puede ser defensiva.

De este modo, tenemos aquí una ilustración de la medida en que este concepto de luchar sólo en defensa propia se ha vuelto flexible y básicamente carente de significado. ¿Qué es lo que constituye una provocación suficiente? ¿El bando defensor debe esperar hasta que el enemigo lance su primer ataque? En la ley islámica no existen respuestas claras o definitivas a estas preguntas, con lo cual se permite que cualquiera defina prácticamente cualquier lucha como defensiva sin violar el marco estricto de esa ley. Pero esto también lleva a despojar de sentido a las frecuentemente reiteradas afirmaciones de que la guerra de la yihad es meramente defensiva.

¿Es el Corán la palabra de Alá?

Suyuti, el gran filólogo musulmán y comentador del Corán, señala cinco pasajes cuya atribución a Alá es discutible, y otro tanto hace Ali Dashti. Por ejemplo, el sura con que se inicia el Corán (Fatíhah o Exordio) dice:

¡En el nombre del compasivo, el misericordioso!
Alabado sea Alá, Señor del universo,
el compasivo, el misericordioso,
soberano del día del juicio.
A Ti solo servimos y a Ti solo imploramos ayuda.
Dirígenos por la vía recta,
la vía de los que Tú has agraciado, no de los que han despertado Tu ira,
ni de los extraviados.

Es evidente que las palabras están dirigidas a Alá, en forma de una plegaria. Son las palabras de Muhammad, pidiéndole a Alá ayuda y guía. Nuevamente en el sura 6,104, quien habla no puede ser otro que Muhammad:

«Habéis recibido pruebas de vuestro Señor. Quien las reconozca se beneficiará grandemente, pero quien permanezca ciego ante ellas por sí mismo se perjudicará. Yo no soy vuestro custodio.»

En el mismo sura, en el verso 114, Muhammad dice:

«¿Debo acaso buscar a un juez diferente de Alá, cuando es Él quien os ha revelado el libro de los libros?»

Ali Dashti considera asimismo que el sura 111 —donde se maldice a Abu Lahab, el tío del profeta y uno de sus más acérrimos oponentes, y se tilda a su mujer de «acarreadora de leña»— tienen que ser palabras de Muhammad porque no son dignas de Alá. Sin duda es así, aunque la verdad es que tampoco son dignas de un profeta.

¡En el nombre de Alá, el Compasivo, el misericordioso! ¡Perezcan las manos de Abu Lahab! ¡Perezca él! Ni su hacienda ni sus adquisiciones le servirán de nada. Arderá en un fuego llameante, así como su mujer, la acarreadora de leña, a su cuello una cuerda de fibras.

Sí, muy "compasivo" y "misericordioso".

Hay también suras, como el 81.15 y el 84.16, donde Muhammad, incapaz de ocultar su herencia pagana, jura por las estrellas, los planetas y otros elementos de la naturaleza.

«¡Pues no! ¡Juro por los planetas, que pasan y desaparecen!» (81.15)
«¡Pues no! ¡Juro por el arrebol vespertino, por la noche y por lo que congrega, por la luna cuando está llena,» (84.16)

Bell y Watt, a quienes difícilmente pueda acusarse de ser hostiles al islamismo, reconocen que la presunción de que es Alá quien habla en cada pasaje del Corán plantea serias dificultades. Frecuentemente se habla de Alá en tercera persona. Puede admitirse que a veces alguien se refiera a sí mismo en tercera persona, pero es completamente inusitado que Alá hable de sí mismo en tercera persona cuando se dirige a Muhammad. Y es totalmente ridículo que Alá jure por sí mismo.

Palabras extranjeras en el Corán

Aunque muchos filólogos musulmanes reconocen que en el Corán hay numerosas palabras extranjeras, la ortodoxia no habla de ello y la tradición sostiene que «quien pretenda que en el Corán hay algo que no sea árabe, acusa a Alá», ya que el sura 12.1 dice claramente que Alá ha revelado el Corán en árabe. No obstante, filólogos como al-Suyuti y al-Tha'alibi reconocen la presencia de términos extranjeros —al-Suyuti enumera 107 términos—, pero arguyen que «puesto que los árabes las incorporaron como propias, pueden considerarse árabes». Arthur Jeffery encuentra cerca de 275 palabras tomadas de otras lenguas: arameo, hebreo, siríaco, etíope, persa y griego. El propio término «Corán» proviene del siríaco.

Diferentes versiones, diferentes lecturas

Es necesario analizar la historia del Corán para comprender el problema de las diferentes versiones (sí, leyeron bien: diferentes versiones) y las diferentes lecturas, cuya existencia quita todo sentido al dogma musulmán del Corán. Como veremos, «el» Corán como tal no existe, pues nunca hubo un texto definitivo de este libro que sólo los musulmanes consideran sagrado. Cuando un musulmán afirma dogmáticamente que el Corán es la palabra de Alá, basta con preguntarle «¿Cuál de todas las versiones del Corán?» para socavar su certeza (pero antes de hacerlo, asegúrense que el sujeto de marras no traiga una cimitarra).

Cuando Muhammad murió envenenado, en el año 632, no había una recopilación de sus revelaciones, de modo que algunos de sus seguidores —Ibn Mas'ud, Ubai ibn Kab, Abu Bakr y otros— se ocuparon de recopilarlas y escribirlas en un códice. Así pues, los códices se multiplicaron, hasta que el califa Otmán, yerno de Muhammad, intentó poner orden a esta caótica situación canonizando uno de los códices, el de Medina, y ordenando destruir todos los otros.

No obstante, es evidente que esta orden no se cumplió, ya que trescientos años más tarde sobrevivían varias versiones. El problema se agravaba porque faltaban los puntos que distinguen diversas consonantes (por ejemplo, una b de una t o una th) y era imposible distinguir ciertos pares de letras (q, h y kh; s y d; r y z s y sh; d y dh; t y z). A ello se sumaba el problema de las vocales. El árabe no poseía originalmente signos escritos para las vocales, por lo que sólo se escribían las consonantes. Cuando más tarde se inventaron signos para representarlas, que se escriben por encima o por debajo de las consonantes, los musulmanes se vieron en el problema de decidir qué vocales escoger para el texto del Corán, ya que, por supuesto, éste variaba según las diferentes elecciones.

«lejos de existir un único texto transmitido fielmente desde la época de Otmán, hay miles de variantes de lectura de los versos. [...] Esas variantes afectan incluso al códice de Otmán, lo cual vuelve muy difícil saber cuál fue su forma original»

Fuente: ~Charles Adams



Finalmente, bajo la guía del gran experto coránico Ibn Mujahid (muerto en 935) se estableció un sistema definitivo de valores consonanticos y vocálicos de siete versiones distintas del Corán, que en realidad eran catorce pues cada una de ellas se conocía a través de dos transmisores distintos. Hoy en día son dos las que están más en uso, la de Asim de Kufa transmitida por Hafs y la de Nafi de Medina transmitida por Warsh. Dado que la existencia de diferentes versiones y diferentes lecturas posibles plantea graves problemas a los musulmanes ortodoxos, no es de extrañar que intenten ocultar todo códice que difiera del texto de Otmán y que lleguen incluso a prohibir que los estudiosos occidentales consulten los que se conservan en las bibliotecas (no vaya a ser que se les caiga el teatrito.

Versos faltantes, versos añadidos

Hay una tradición proveniente de Aisha, una de las esposas de Muhammad, el pederasta y pedófilo, de que en el Corán había un verso «sobre la lapidación», un verso ahora perdido, en que se prescribía ésta contra la fornicación. Los primeros califas imponían ese castigo a los adúlteros, pese a que el Corán, tal como se lo conoce hoy en día, sólo prescribe cien latigazos. Es una incógnita por qué la ley islámica ordena la lapidación cuando el Corán sólo dispone azotes.

Según esta tradición, se ha suprimido un centenar de versos: algunos olvidados por el propio profeta, otros que no quedaron en la memoria de sus compañeros y otros más extraviados por los copistas. También está el caso de los «versos satánicos», lo cual indica claramente que el propio Muhammad suprimió algunos versos.

Al mismo tiempo, la mayoría de los investigadores cree que hay interpolaciones en el Corán. Algunos de estos añadidos pueden interpretarse como glosas para explicar ciertas palabras difíciles, o bien parecen tener como finalidad la observancia de la rima o la unión de pasajes inconexos, pero otros tienen un carácter dogmático o político, por lo que son mucho más graves.

Hay además 12 glosas en las que, tras una fórmula como «¿Qué dirás que significa...?», se añade una explicación de la palabra en cuestión; es evidente que se trata de glosas añadidas porque en muchos casos la «definición» no corresponde al sentido original de la palabra. Se cita como ejemplo el sura 101.9-11:

«tendrá un abismo por morada. Y ¿cómo sabrás qué es? ¡Un fuego ardiente!»

Aquí, la palabra hawiya, que originalmente significaba «la que perderá a su hijo», se explica erróneamente en la glosa como «un fuego ardiente», lo cual ha llevado a tergiversar el verso 9 en la mayoría de las traducciones. Por supuesto, cualquier interpolación, por trivial que sea, es fatal para el dogma musulmán de que el Corán es literalmente la palabra de Alá tal como la reveló a Muhammad en La Meca o en Medina. En este punto no hay reconciliación posible entre los hallazgos de los filólogos e historiadores occidentales y el dogma oficial del islamismo.

Derogación de pasajes del Corán

Los teólogos musulmanes tienen una doctrina muy conveniente para explicar las contradicciones internas del Corán: ciertos pasajes son anulados por versos con un sentido diferente o incluso opuesto que fueron revelados más tarde. Para ello se basan en lo que enseñó Muhammad en el sura 2.106:

«Si derogamos una aleya o provocamos su olvido, aportamos otra mejor o semejante. ¿No sabes que Alá es omnipotente?»

Al-Suyuti estima en unos quinientos el número de versos derogados y cita el ejemplo del sura 2.240, anulado por el verso 234 del mismo sura.

«Las viudas que dejéis deben esperar cuatro meses y diez días; pasado ese tiempo, no seréis ya responsables de lo que ellas dispongan de sí mismas conforme al uso. Alá está bien informado de lo que hacéis.» (234)

«Los que de vosotros mueran dejando esposas deberían testar en favor de ellas para su mantenimiento durante un año sin echarlas. Y, si ellas se van, no se os reprochará lo que ellas hagan honradamente respecto a su persona. Alá es poderoso, sabio.» (240)

¿Cómo puede un verso anterior anular a uno posterior? La respuesta es que los suras y versos no están compilados según un orden cronológico, de modo que son los comentaristas quienes deciden el orden cronológico según razones doctrinarias.

Pero los musulmanes salen de un aprieto para meterse en otro. ¿Es lógico que un Alá todopoderoso, omnisciente y omnipotente tenga que revisar sus órdenes tantas veces? ¿Por qué no pudo impartirlas bien la primera vez, siendo como es omnisciente?

La doctrina de las anulaciones también pone en ridículo el dogma musulmán de que el Corán es una reproducción fidedigna e inalterada de las escrituras originales que se conservan en los cielos. Si las palabras de Alá son eternas, es decir, sin principio ni fin, y de significación universal, ¿cómo puede hablarse de palabras de Alá anuladas u obsoletas? ¿Algunas palabras de Alá son mejores que otras? Al parecer, sí. Muir estima que hay en el Corán unos doscientos versos anulados, lo que significa que un 3% de éste es falso, pese a lo cual se lo recita en su totalidad como la palabra de Alá.

Veamos un ejemplo. Es de todos conocido que los musulmanes no pueden beber vino en virtud de la prohibición impuesta en el sura 2.219:

«Te preguntan acerca del vino y del maysir, Di: "Ambos encierran pecado grave y ventajas para los hombres, pero su pecado es mayor que su utilidad".» Muchos se sorprenderían, pues, al leer en el sura 16.67:

«De los frutos de las palmeras y de las vides obtenéis una bebida embriagadora y un bello sustento. Ciertamente, hay en ello un signo para gente que razona.»

En las traducciones suele reemplazarse el término «vino» por algún eufemismo. La raiz del término "jamr", vino, significa cubrir u ocultar, e implica toda sustancia «embriagadora» o «licor espirituoso», y son muchos los que pretenden que el término árabe en cuestión, "sakar", significa «bebida no alcohólica»; aunque luego el propio Alí reconoce que en el caso de que «deba tomarse sakar en el sentido de "vino fermentado", se refiere a la época anterior a la prohibición de todo licor: este sura es de La Meca, y la prohibición fue revelada en Medina».

Se nota ahora la enorme utilidad que tiene la teoría de las anulaciones para resolver las dificultades planteadas por las contradicciones. Sobra decir que esto supone un problema para los apologistas del islamismo, ya que todos los pasajes en que se predica la tolerancia provienen de La Meca, mientras que todos aquellos que recomiendan decapitar y mutilar son de Medina. Así, por ejemplo, se dice que el famoso verso del sura 9.5, «Matad a los idólatras dondequiera que los encontréis», ha anulado 124 versos en que se ordenaba la tolerancia.

Los versículos tolerantes del Corán, "cancelados"

La teología islámica divide al Corán en los suras «Meca» y «Medina». Los de La Meca corresponden al primer segmento de la carrera de Muhammad como profeta, cuando se limitaba a llamar a la gente de La Meca a convertirse al islam. Después de que huyera a Medina, sus posiciones se endurecieron. Los suras de Medina son menos poéticos y por lo general mucho más largos que los de La Meca; asimismo contienen cuestiones relativas a la ley y al ritual, y exhortaciones a la guerra de la yihad contra los no creyentes. Los versículos relativamente tolerantes citados más arriba, y otros similares, datan por lo general del período de La Meca, mientras que aquellos con un sesgo más violento e intolerante son, en su mayor parte, de Medina.

¿Por qué es importante hacer esta distinción? Por la doctrina islámica de la derogación (naj o naskh). Ésta consiste en la idea de que Alá puede, al parecer por capricho, modificar o cancelar lo que dice a los musulmanes. De acuerdo con esta idea, los versículos violentos del sura 9, incluido el de la Espada (9: 5), derogan los versículos pacíficos porque fueron revelados posteriormente en el curso de la carrera profética de Muhammad: de hecho, la mayor parte de las autoridades musulmanas están de acuerdo en que el sura 9 es el último que fue revelado. En concordancia con esto, algunos teólogos islámicos afirman que el Versículo de la Espada deroga nada menos que 124 versículos tolerantes y pacíficos del Corán.

La doctrina del Corán

El islamismo es inflexiblemente monoteísta, y uno de los mayores pecados posibles es atribuirle compañeros a Alá, lo cual incluye entre los pecadores a politeístas, idólatras, paganos y a quienes creen en la pluralidad de Alá. Los teólogos en general han dado por sentado que el monoteísmo es «superior» al politeísmo, pero no lo han fundamentado en modo alguno. ¿En qué sentido es superior? Si hay una evolución natural desde el politeísmo al monoteísmo, ¿no hay también un desarrollo natural desde el monoteísmo al ateísmo, tal vez por vía del agnosticismo?

El islamismo no reemplazó al politeísmo árabe gracias a que satisfacía mejor las necesidades espirituales de los árabes, sino porque ofrecía recompensas materiales inmediatas. La injustificada suposición de la superioridad del monoteísmo ha ofuscado la visión de los historiadores con respecto a las causas de la adopción del islamismo en Arabia. Lejos de elevar la moralidad de los árabes, el islamismo parece haber autorizado toda clase de conductas inmorales.

Asimismo, la doctrina musulmana del Diablo se acerca al diteísmo, es decir, a la creencia en dos seres poderosos. Se dice que el Diablo tiene por nombre Azazil y fue creado de fuego. Cuando Alá hizo a Adán de barro, el Diablo se negó a postrarse ante él como Alá le ordenaba, por lo cual se lo expulsó del Edén. Finalmente fue destruido por Alá, dado que sólo Alá es todopoderoso. Pero, vista la preponderancia del mal en el mundo —guerras, hambrunas, desastres, el Holocausto—, uno se pregunta si no es más poderoso el Diablo. Es una incógnita por qué aún no ha sido destruido. También parece bastante incoherente que Alá le pida a Satanás, antes de su caída, que adore a Adán, cuando Alá prohíbe al hombre adorar a cualquiera que no sea Él mismo.

Abraham, Ismael, Moisés, Noé y otros profetas

Según la tradición musulmana, Abraham e Ismael construyeron la Caaba, la estructura cúbica que se alza en la Sagrada Mezquita de La Meca. Pero lo cierto es que no existe absolutamente ninguna evidencia de ello. Ni siquiera en la Biblia. Por el contrario, se ha demostrado que Muhammad inventó esta historia para darle a su religión un origen árabe; con esta brillante improvisación, Muhammad estableció la independencia de su religión y al mismo tiempo incorporó al islamismo la Caaba.

Dada la cantidad de material del Corán extraído del Pentateuco (Moisés: 502 versos en 36 suras; Abraham: 245 versos en 25 suras; Noé: 131 versos en 28 suras), es sorprendente que la investigación bíblica no haya tenido impacto alguno en los estudios coránicos. Tanto a los musulmanes como a los judíos y a los cristianos se les dice que Moisés fue el autor del Pentateuco (es decir, Génesis, Éxodo, Levítico, Números y Deuteronomio), pero La Peyrere, Spinoza y Hobbes sostenían que Moisés no pudo haberlo escrito.

Más tarde, en el siglo XIX, eminentes investigadores como Graf y Wellhausen demostraron que el Pentateuco era obra de cuatro «escritores» o fuentes diferentes, a los que se suele hacer referencia con las letras J (documento yahvista), E (documento elohista), D (documento deuteronómico) y P (documento sacerdotal). Robin Lane Fox lo resume así:

«Las cuatro primeras fuentes de la Biblia fueron combinadas por un quinto autor desconocido que debe de haber hecho la compilación en algún momento entre 520 y 400 a.J.C. Cuando entretejió estas fuentes intentó salvar su contenido y conservar lo mejor de las diferentes visiones del mundo y su creación. A mi juicio, [...] no era historiador, pero se habría mostrado muy sorprendido si alguien le hubiera dicho que nada de lo que había compilado era verdad. [...] Las posibilidades de que [el contenido de la Biblia] fuera históricamente cierto eran mínimas, ya que ninguna de estas fuentes fue registrada por escrito por testigos presenciales, sino tal vez mil años más tarde. ¿Cómo pudo una tradición oral preservar detalles ciertos a lo largo de tanto tiempo?»

Así pues, el Pentateuco no fue escrito por Moisés, y no hay razón alguna para creer en las historias que se relatan sobre Abraham o sobre cualquier otro. Por supuesto, los historiadores no pueden esperar que las fuentes musulmanas aporten nada a la investigación bíblica, ya que todos los relatos musulmanes sobre los personajes bíblicos se tomaron de las escrituras judías, o bien son leyendas inventadas varios miles de años después de los hechos que describen. Como concluye Lane Fox; «Los historiadores ya no creen que los relatos sobre Abraham sean históricos: como Eneas o Hércules, Abraham es una figura de leyenda.»

Noé y el Diluvio

El Corán tomó del Génesis la historia del arca de Noé y el Diluvio universal. Tras haberse demostrado lo absurdo de la historia, la mayoría de los cristianos ya no la acepta literalmente, pero los musulmanes, inmunes al parecer al pensamiento racional, rehúsan reconocer las pruebas manifiestas. Aunque parezca que las críticas son obvias, quiero resumir los absurdos de la historia para que sean más los que critiquen lo obvio.

Alá le ordenó a Noé que pusiera en el arca una pareja de cada especie (sura 11.36-41). Como observa Robert Ingersoll: «¿Es posible una historia más absurda que ésta?» O bien se concluye que no hay que tomar literalmente esta historia fantástica, o se recurre al poco convincente argumento de que para Alá/Yahvé todo es posible. En ese caso, ¿por qué no encontró Alá un procedimiento menos complicado y más rápido para salvar a Noé y otros hombres justos? No hay ninguna prueba geológica de que haya habido un diluvio universal. Sí las hay de inundaciones locales, pero no de una que cubriera el mundo entero, la cumbre más alta y ni siquiera todo Medio Oriente. Ahora sabemos que el relato bíblico sobre el Diluvio se basa en leyendas mesopotámicas. En palabras de Fox: «El relato es una ficción, no historia.»

David y los Salmos

El Corán enseña a los musulmanes que David «recibió» los Salmos tal como Moisés recibió el Pentateuco (sura 4.163-165). Pero, nuevamente, los investigadores bíblicos no creen que David haya escrito ninguno de ellos. David vivió probablemente alrededor de 1000 a. J.C., y se sabe que los Salmos se recopilaron mucho más tarde, con posterioridad al exilio, es decir, después del año 539 a. J.C.

Adán, la creación y la moderna cosmología

El Corán hace un relato contradictorio de la creación, lo que genera grandes problemas a los comentaristas. Por un lado, en el sura 50.37 se dice que toda la creación se hizo en seis días, mientras que en el sura 41.9 se explica que la Tierra se creó en dos días, en cuatro todos los alimentos y en dos más los siete cielos, lo cual suma ocho días.

A los hombres y los jinn se les asignó el deber de adorar a Alá; en cuanto al privilegio de obedecer la ley de Alá, lo recibió el hombre después de que lo hubieron rechazado los cielos y la Tierra y las montañas (sura 33.72). ¿Qué significa esta extraña declaración? Que los cielos, la Tierra y las montañas son vistos como seres y, lo que es más, ¡como seres que tienen la temeridad de desobedecer a Alá!

Primero se creó la Tierra y luego los cielos, y se dotó a la Luna de luz propia (sura 10.5), otro error igual que el de la Biblia al afirmar que la Luna es una lumbrera. En cuanto a Adán:

«Hemos creado al hombre de arcilla fina. Luego lo colocamos como gota en un receptáculo seguro, y de la gota creamos un coágulo de sangre, del coágulo una pequeña masa y de ésta huesos, que revestimos de carne. Luego hicimos de él otra criatura. ¡Bendito sea Alá, el mejor de los creadores!» (sura 23.12-14).

En el sura 77.22 se dice en cambio que el hombre fue creado de un «líquido vil» (el esperma), y un tercer relato explica que todos los seres vivos fueron creados del agua primigenia, al igual que el resto del universo (suras 21.31, 25.56, 24.44). En cuanto a los animales, se los creó por el bien de la humanidad, para que el hombre fuera su amo y se sirviera de ellos (sura 36.71). Los jinn fueron creados antes que el hombre, y viven con éste en la Tierra.

Mientras que los comentaristas musulmanes no tienen problemas en conciliar las evidentes contradicciones, un lector moderno versado en ciencia ni siquiera se toma la molestia de buscar verdades científicas en el vago y confuso relato de la creación que acabamos de ver. Lo cierto es que es esta misma vaguedad lo que permite encontrar lo que uno quiere en estos mitos, leyendas y supersticiones. Así, muchos musulmanes creen que en el Corán o las tradiciones están contenidos todos los conocimientos y, cada vez que aparece un nuevo descubrimiento científico —en física, química o biología, por ejemplo—, los apologistas musulmanes corren a buscar en el Corán la prueba de que éste ya preveía el descubrimiento en cuestión al igual que cualquier otro, desde la electricidad hasta la teoría de la relatividad (fenómeno conocido como bucailleísmo).

Puesto que los musulmanes siguen tomando el relato del Corán al pie de la letra, no puedo menos que señalar hasta qué punto éste se halla en desacuerdo con las modernas opiniones científicas sobre el origen del universo y de la vida en la Tierra. En primer lugar, posee incoherencias respecto a la cantidad de días empleados en la creación, o a las diversas versiones sobre la creación del hombre. Por otra parte, si Alá sólo tenía que decir «Sea» para que se cumpliera su voluntad, ¿por qué le tomó tanto tiempo completar su obra? ¿Y cómo podía haber «días» antes de la creación de la Tierra y el Sol, si un día no es más que el tiempo que la Tierra tarda en girar sobre su eje? También se relata que antes de la creación el trono de Alá flotaba sobre las aguas.

¿De dónde había salido esta agua? La misma noción de Alá sentado en un trono es terriblemente antropomórfica, pero los musulmanes ortodoxos la toman literalmente. Se dice asimismo que Alá creó la Luna y sus fases para que los hombres supieran el número de los años (sura 10.5); otra vez se trata de una noción árabe bastante primitiva, ya que todas las civilizaciones adelantadas —como las de Babilonia, Egipto, Persia, China y Grecia— medían el tiempo según el año solar.

Los conocimientos científicos actuales indican que el relato coránico no responde en absoluto a la verdad. La Tierra no fue creada antes que los cielos. De hecho, el Sol y el sistema solar se formaron diez mil millones de años después del Big Bang (es decir, de la gran explosión con que el universo empezó a expandirse), y antes que el Sol se formaron millones de otras estrellas. Por otra parte, el término «cielos» es totalmente impreciso. ¿Se refiere a nuestro sistema solar, a nuestra galaxia, al universo?

Por muchos juegos malabares que se hagan, es imposible encontrar sentido a la historia bíblica o coránica sobre la creación de los «cielos» en dos, seis u ocho días. La luz de la Luna, por supuesto, no es propia, sino el reflejo de la luz del Sol. Y es la Tierra la que gira en torno al Sol, no al revés.

El origen de la vida y la teoría de la evolución

La Tierra se formó hace unos 4,500 millones de años, y aproximadamente mil millones de años más tarde surgió la vida tras un período de evolución química. En 1938, el bioquímico ruso Oparin sugirió en El origen de la vida que la primitiva Tierra contenía elementos químicos que reaccionaron con la radiación que llegaba tanto del espacio exterior como de las fuentes terrestres de energía. «Como resultado de una actividad fotoquímica prolongada, estos compuestos inorgánicos dieron origen a compuestos orgánicos. Con el paso del tiempo y la acción de la selección química, estos [...] sistemas orgánicos se hicieron más complejos y estables, hasta constituir los inmediatos precursores de los seres vivos.» De la época de Oparin acá son muchos los científicos (Miller, Fox, Ponnamperuna) que han logrado obtener en el laboratorio compuestos orgánicos a partir de compuestos inorgánicos.

Las implicaciones de la teoría de la evolución con respecto a la posición del hombre en la naturaleza eran obvias. El propio Darwin señaló que:

«la conclusión de que el hombre desciende junto con otras especies de una forma más antigua, extinta e inferior no es en absoluto nueva. Lamarck llegó hace tiempo a la misma conclusión, y recientemente lo han hecho eminentes naturalistas y filósofos como Wallace, Huxley, Lyell, Vogt, Lubock, Buchner, Rolle y, en especial, Haeckel».

La teoría de la evolución se ha visto confirmada por un sinnúmero de pruebas provenientes de muy diversas disciplinas: geopaleontología, biogeografía, bioquímica, serología, inmunología, genética, embriología, parasitología, morfología (anatomía y fisiología), psicología y etología. Todas las pruebas indican que, al igual que todos los seres vivos, el hombre es el resultado de la evolución y desciende de algún antepasado antropomorfo; de ningún modo es producto de una creación especial. Pertenece al orden de los primates, al que pertenecen también los simios y los prosimios (como los lémures), que son por tanto nuestros primos lejanos. Así pues, la historia de Adán y Eva de la Biblia y el Corán carece por completo de sentido.

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