Ciencia Cristiana

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Ciencia Cristiana

También conocida como Iglesia de Cristo Cientista, Cientistas.

Origen

Mary Baker Eddy (1821-1910), de Conrad, en el Estado de New Hampshire, fundó en 1879, la «Iglesia de Cristo Cientista», y más tarde se retira a su ciudad natal donde vive casi en solitario hasta 1910, año de su muerte. Se ha citado que Baker compartía las opiniones del mesmerista Phineas Quimby sobre el origen mental de las enfermedades.

Doctrina

La base doctrinal radica en la negación de la materia. Dios es la única realidad, en la que no hay dolor, ni pecado, ni mal, ni enfermedad. Todo lo que no es Dios, no es real, de ahí que la enfermedad, el dolor físico y moral sean ilusiones irreales, pura apariencia. Existen sólo en la mente mortal de cada ser humano. Por ello la Ciencia Cristiana tiene como suprema tarea hacer - a ejemplo de Jesús -que el hombre tome conciencia de la naturaleza puramente espiritual de la creación. Sus miembros practican la curación física y moral de los individuos. Se aparta del cristianismo tradicional al rechazar los sacramentos, la divinidad de Cristo antes de la resurrección y la redención en la cruz.

Organización

En Boston se halla la Primera Iglesia de Cristo Cientista, donde reside el Consejo de directores, de cinco miembros. Todas las demás comunidades locales del mundo se consideran Iglesias filiales de la Iglesia Madre, y no pueden unirse entre sí sino a través de la Iglesia de Boston. En cada Iglesia local hay dos lectores encargados de leer escrupulosamente textos bíblicos y pasajes de Ciencia y salud, además de una homilía enviada desde la Iglesia Madre.

Pseudociencia

Se ha extendido la creencia en que la "ciencia cristiana" puede curar enfermedades por medio de «practicantes» o «enfermeros» adiestrados en los rituales de oración. Un "practicante" es "una persona certificada, únicamente por la 'Iglesia de Cristo Cientista', con la "formación" necesaria para curar «mentalmente a los enfermos» por medio de la oración", practicando unas enseñanzas pseudocientíficas casi siempre ajenas a la medicina convencional [1] y que no es otra cosa que un Rezo por intercesor (procedimiento ya desacreditado por la ciencia).

Si esta patraña se aceptara para ser legal, entonces cualquier brujo o santero, los que practican cualquier forma de curación "alternativa", podrían reclamar que, habiendo gente que prefiere sus prácticas a las de la medicina científica, su trabajo también debía estar cubierto por los sistemas de salud pública y privada y los seguros médicos privados deberían pagarles cuando un paciente acude a ellos.

Para aceptar o rechazar una práctica de supuesta atención a la salud, los legisladores deben poder determinar la diferencia entre las distintas prácticas que dicen curar y someterlas exactamente al mismo criterio y a las mismas exigencias: ¿pueden probar su efectividad de manera científica?

Curiosamente, la legislación sanitaria exige una enorme cantidad de requisitos (y aún así a veces son insuficientes) para permitir la venta de un medicamento, o de un aparato médico. Hay controles, comités de evaluación, expertos y estudios que deben satisfacerse. Pero esa misma legislación sanitaria permite la venta de supuestos medicamentos homeopáticos, infusiones, cristales, extractos vegetales y literalmente miles de productos sin prácticamente ningún control. Basta que los productos se presenten, por ejemplo, como "complementos alimenticios", y las leyes cerrarán los ojos a que afirmen que tienen la capacidad de curar las más diversas enfermedades. Esa misma legislación, que exige un alto nivel de conocimientos comprobables y comprobados a quienes aspiran a ejercer la medicina o incluso la fisioterapia, permite que pongan su chiringuito y su caja registradora todo tipo de pseudoterapeutas, brujos, sanadores, masajistas, quiroprácticos, acupunturistas y demás.

Esta diferencia sólo puede ir en detrimento de la salud de la población.

Si las supuestas terapias alternativas pueden curar, sólo tienen que demostrarlo. La medicina basada en evidencias no se llama así porque el nombrecito sea impresionante, sino porque, efectivamente, se basa en evidencias, en pruebas, en estudios debidamente controlados, realizados con rigor, documentados paso a paso, que nos permiten saber con certeza, por ejemplo, que los antibióticos curan las infecciones en la inmensa mayoría de los casos, e incluso explicar qué pasa cuando un antibiótico no tiene éxito e indicar el camino a seguir o los otros antibióticos que deben emplearse.

Los procedimientos para determinar la efectividad de una terapia no son caprichosos, ni exclusivos de la medicina o de la farmacobiología. Son los mismos que usamos para diseñar alas de aviones, pantallas de plasma, automóviles y edificios. Y son esos procedimientos los que deberían emplearse para determinar, sin prejuicios, si realmente la oración, el agua destilada, los colores, los cristales, las agujas, las manipulaciones vertebrales, los sahumerios, los bailes del médico brujo o los huesos de tigre curan algo o no.

Ninguno de los practicantes de estas pseudociencias, sin embargo, está dispuesto a someterse a estudios controlados, rigurosos e independientes. Dicen que no se puede demostrar "científicamente" que curan. Uno se pregunta, claro, cómo se puede demostrar de un modo "no científico" que realmente las personas que tienen úlceras estomacales, cáncer, esclerosis lateral múltiple, síndrome de Costello, diabetes o SIDA se curan. Es decir, si se curan se curan, punto. Si no se quiere someter esto a prueba, lo más probable es que haya gato encerrado.

Ésa es la única forma que hay de diferenciar una práctica real de una superstición.

Pero los legisladores, y esto es lo más triste, no lo saben. Y nadie se los está diciendo. Mientras las prácticas más diversas no demuestren, clara y contundentemente, que tienen una eficacia demostrable y representan un bien para los pacientes y no un riesgo, legitimarlas es legitimar la superstición, el yuyu, las creencias, bienintencionadas o no, de muchas personas cuyo bienestar es parte de la obligación que tienen quienes administran la vida pública[2]. .

Fallecidos por las "prácticas" de la Ciencia Cristiana

  • Seth Ian Glaser. Murió el 28 de marzo de 1984, en Culver City, California, de meningitis bacteriana a los 17 meses de edad. Los padres no le dieron la atención médica que requería; en su lugar mandaron llamar a un practicante de la Ciencia Cristiana.
  • Natalie Rippberger. Igual que con Seth, la bebé falleció por meningitis bacteriana sin haber recibido otra atención que la de una practicante de esa basura de la secta.

Véase también

Referencias y ligas externas

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  1. Bosch, Juan. Para conocer las sectas. Panorámica de la nueva religiosidad marginal. Editorial Verbo Divino. 1993
  2. Mauricio-José Schwarz; El riesgo de legitimar la superstición. Diciembre 20, 2009


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