Astrología (historia)

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Desde el lejano pasado el hombre ha convivido con el miedo al destino y ha intentado encontrar una razón y un alivio para sus desgracias en el cielo. La astrología, como arte de adivinación, es una actividad humana de una extraordinaria antigüedad que, como cualquier otro sistema de creencias, ha experimentado periodos de transformación y reinvención a lo largo de las distintas épocas históricas. Muchos de los elementos principales de la astrología occidental los podemos rastrear desde muy lejos en el tiempo, entre los cielos y las religiones de las antiguas culturas del Oriente Medio, hace más de cuatro mil años.[1]

Los orígenes mesopotámicos de la astrología occidental

Mesopotamia tuvo un extenso periodo de importancia política y cultural desde hace cinco mil años hasta el comienzo de nuestra era cristiana. Los mesopotámicos creían que el mundo físico terrestre y el humano estaban íntimamente conectados con los reinos celestes divinos e intangibles formando una sola unidad. El medio natural se consideraba como el principal medio de comunicación entre la humanidad y un panteón complejo de dioses y diosas. El destino de todas las cosas se decidía mediante una asamblea divina que controlaba las fuerzas de la naturaleza. Su líder era Anu, dios del cielo, y por debajo de él se encontraba Enlil, dios de la tormenta.

Thorkild Jacobsen nos proporciona una visión elocuente de lo que denomina “Estado Cósmico” mesopotámico que define la relación entre los asuntos celestes y terrestres: “Los objetos y los fenómenos que rodeaban al hombre se personificaban en distintos grados. Se consideraban seres vivos, con personalidad y con capacidad de decisión. En un mundo así cobra sentido el considerar las relaciones entre los fenómenos naturales como relaciones sociales, funcionando como órdenes o deseos”.[2]

En definitiva, este “Estado Cósmico” podríamos definirlo como una sociedad en que la esfera de los sucesos terrestres es inseparable de la de los sucesos celestes. Dentro de este contexto no resulta extraño que los mesopotámicos desarrollaran complejos sistemas de adivinación basados en distintas prácticas, como la observación de las entrañas de animales, la posición de los cuerpos celestes o el nacimiento de seres deformes.[1]

Buena parte de los dioses babilonios estaban asociados a astros celestes: Samas con el Sol, Marduk con Júpiter, Nabu con Mercurio, Inanna con Venus. Al contrario de lo que ocurrió posteriormente con los griegos, los dioses y diosas mesopotámicos, aunque tenían cierta responsabilidad en unas estrellas o planetas determinados, ésta no era fija ni exclusiva. Los primeros ejemplos de prácticas astrológicas pueden encontrarse en los textos cuneiformes del tercer milenio antes de Cristo (periodo babilónico antiguo) con la posible referencia a un eclipse ocurrido en el 2403 AEC. De esta época proceden los primeros presagios astrológicos. De la época del emperador Ammizaduga (1600 AEC.) proviene la primera evidencia del desarrollo de una astrología con un cierto grado de sofisticación en la Tableta de Venus. Esta tableta contiene 59 presagios basados en la primera y última visibilidad de Venus antes de la puesta o la salida del Sol en su periodo de 584 días. Estos presagios o señales anticipan intenciones divinas, predicen el tiempo atmosférico (y su repercusión en la agricultura) y ayudan a preparar posibles crisis políticas. He aquí un ejemplo de presagio:

En el mes noveno, día quince, Venus desaparece en el oeste por tres días, y en el mes noveno, día dieciocho, Venus vuelve a ser visible al este, las fuentes brotarán, Adad traerá la lluvia, Ea sus inundaciones, se enviarán mensajes de reconciliación entre los reyes".

Durante casi toda la era mesopotámica, los presagios astrológicos concernían principalmente a cuestiones públicas y estatales y estaban diseñados para afrontar el futuro, preservando la estabilidad política y social con el fin de evitar crisis políticas.

Los textos con presagios astrológicos tienen generalmente una estructura prefijada, primero la prótasis:

la observación del fenómeno y, a continuación, la apódosis: el presagio. Ejemplo:

Prótasis: Venus es visible al oeste, en el camino estelar de Enlil
Apódosis: entonces, el rey de Akkad no tendrá enemigos.

El nivel de lo absurdo de los presagios formulados por los antiguos babilonios se ejemplifica en el siguiente de la serie denominada Shumma Izbu:

Si un perro blanco te orina, la pobreza caerá sobre ti.
Si es un perro negro el que te orina, la enfermedad se adueñará de ti.
Pero si es un perro marrón, serás dichoso.

Por lo que sabemos de la lectura de los textos cuneiformes que han sobrevivido hasta nuestras fechas, la astrología no fue una disciplina empírica ni mucho menos científica, pues no hay ninguna referencia a series de observaciones que diesen lugar posteriormente al establecimiento de los augurios. Según todas las evidencias el nacimiento de los presagios astrológicos fue una mezcla de imaginación, miedo y superstición religiosa. Del periodo babilónico antiguo (época cassita, segundo milenio AEC.) proviene la compilación más extensa de presagios astrológicos: el Enuma Anu Enlil. Se encontró en la biblioteca del emperador Asurbanipal en la capital asiria de Nínive y consta de unos 7,000 presagios agrupados en unas 70 tabletas, 22 de ellas dedicadas a la Luna, dieciocho al Sol, cinco a Venus, cuatro a Marte, dos a Júpiter, tres a los truenos y relámpagos y una a las Pléyades. De especial importancia es el texto conocido como Mul Apin, de periodo asirio (principios del primer milenio AEC.) que constituye el primer gran catálogo estelar anterior a la introducción de los signos zodiacales.

Los encargados de la elaboración de los augurios eran los sacerdotes-astrónomos que constituían una clase política muy cercana al poder real, observaban la posición de los objetos durante la noche y su relación con otros hechos que tenían lugar simultáneamente, como fenómenos meteorológicos, acontecimientos políticos, y enviaban puntualmente informes periódicos al rey. Estos informes son los llamados “diarios astronómicos” que sobreviven intermitentemente desde 652 hasta 47 AEC. Un diario típico podía recoger información sobre la Luna, los planetas, solsticios, equinoccios, la estrella Sirio, meteoritos, cometas, meteorología, el precio de determinadas cosas, el nivel del río y diversos hechos históricos. Los observadores no hacían distinción entre la ocurrencia de fenómenos atmosféricos o geológicos y astronómicos, pues en aquellas épocas a la esfera celeste no se la consideraba físicamente desligada de la esfera de los sucesos atmosféricos o terrestres. El rey, dependiendo del signo del presagio, realizaba rituales dedicados a los dioses para anular los augurios negativos.

En el periodo denominado neobabilónico (612-539 AEC.) parece que surgió el concepto de zodiaco como doce signos ocupando 30o de extensión sobre el cielo. En el periodo persa (539-331 AEC.) se obtuvieron periodos precisos para el Sol, la Luna y los planetas así como una racionalización en la observación de eclipses. Parece que con la caída del imperio asirio acaba la elaboración periódica de los “diarios astronómicos” y las cartas dirigidas a los reyes con los presagios astrológicos. La posibilidad de predecir la posición de los planetas, el Sol y la Luna destruyó la premisa teológica que se ocultaba detrás de los “diarios astronómicos” de que los astros podían ser manipulados por la voluntad de los dioses, por lo que había que seguirlos continuamente. En el periodo persa, los astrólogos reales ya no cuentan con el apoyo de los emperadores y emerge una concepción más cercana a la que tenemos en la actualidad de la astrología: la predicción del destino de las personas sobre la base de la posición de los planetas en el momento de su nacimiento.

Según algunos investigadores, la invención de la carta natal fue una respuesta a la crisis de la astrología al perder su importancia política anterior y buscarse un nuevo puesto en la sociedad. Esta crisis es similar a la ocurrida en el siglo XVIII cuando la credibilidad intelectual de la astrología en Europa se derrumbó debido a la revolución astronómica y los aires racionalizadores de la ilustración. Su reaparición a finales del siglo XIX se debió en buena parte a la adopción del lenguaje de la psicología y su reubicación en un nuevo contexto esotérico y ocultista.[3] Las cartas natales mesopotámicas se dedicaron a la elite aristocrática de la sociedad. La más temprana que conocemos fue realizada a un niño anónimo nacido el 29 de abril de 410 AEC. El texto recoge los nombres del padre y de la madre, datos astronómicos relevantes y una sola línea de lacónica interpretación astrológica: “Las cosas te irán bien”. Una indicación del papel poco importante de esta actividad durante dicho periodo es que el número de tabletas que recogen cartas natales sobre el número de tabletas referidas a datos puramente astronómicos es sólo de 32 frente a 1,800. Es interesante comentar que mientras Egipto y Mesopotamia desarrollan muy pronto la escritura, en el caso del país del Nilo no tenemos referencias sobre el desarrollo de una astrología hasta el siglo IV AEC., y debido precisamente a la importación de la astrología mesopotámica a Egipto en plena época helenística. Este hecho es materia de debate en la actualidad. La diferencia más obvia entre ambas culturas es el diferente grado de seguridad física de sus territorios. Mesopotamia era una región esencialmente insegura, sin fronteras naturales, rodeada de enemigos y donde cada ciudad-estado podía ser una amenaza para sus vecinas; por otra parte sus principales ríos producían inundaciones erráticas que eran una amenaza constante a su agricultura y a la alimentación de su población. Por contra, Egipto se encontraba protegido por el desierto, sin vecinos poderosos frente a sus fronteras y gozando de la inundación anual y puntual del Nilo, que determinaba precisamente las cosechas. Estos factores ambientales bien pudieron definir una distinta “cosmología política”. En este sentido, la opinión de Kramer resulta muy interesante: “Los pensadores sumerios, fieles a su concepción del mundo, no tenían confianza en el hombre y su destino. Estaban firmemente convencidos de que el hombre estaba hecho de arcilla y de que fue creado para proporcionar comida, bebida y refugio a los dioses. La vida humana estaba acosada por la incertidumbre y la inseguridad y desconocía su destino debido a la impredecible voluntad de los dioses”.[4]

La utilización masiva de artes adivinatorias por parte de los mesopotámicos pudo plantearse como una solución a las dificultades de la toma de decisiones políticas en un ambiente complejo e inseguro. La realeza sagrada es una característica de la sociedad de Egipto y Mesopotamia, pero la concepción del monarca era distinta. Mientras en Mesopotamia el emperador es un sirviente humano de los dioses, en Egipto el faraón es un dios hecho hombre. Ésta es una diferencia cualitativa de gran importancia. El monarca babilonio tenía la responsabilidad de servir a los dioses y a su pueblo, por lo que necesitaba de una sabiduría especial para afrontar estos retos a la vez para mantener la armonía natural y política. Debía, por lo tanto, aprender a navegar entre presagios, sueños y oráculos.

Desarrollo del zodiaco

La introducción del zodiaco es una de las contribuciones más importantes de la astronomía mesopotámica a la astrología. De hecho, las constelaciones zodiacales son los elementos más popularmente conocidos de la astrología en nuestros días. El origen de las constelaciones es todavía un tema muy controvertido y posiblemente nunca se resolverá en su totalidad, pero todos los investigadores están de acuerdo en otorgar a los mesopotámicos la autoría de buena parte de ellas. El zodiaco se originó por la necesidad de un sistema de referencia para localizar los planetas y el resto de cuerpos celestes móviles sobre la esfera celeste. En el periodo babilónico antiguo (alrededor de 1800 AEC.) se utilizaba un sistema de tres grupos de doce estrellas situados en tres caminos o bandas a lo largo del cielo (caminos de Anu, Ea y Enlil). Un sistema de referencia celeste similar fue desarrollado por los egipcios alrededor del 2100 AEC. La evolución de este sistema babilónico de 36 estrellas dio lugar a la diferenciación de 18 constelaciones “que se sitúan en el camino de la Luna”, es decir, en la eclíptica. Muchas de estas constelaciones corresponden con las zodiacales que conocemos en la actualidad: Tauro, Géminis, Cáncer, Leo, Virgo, Libra, Escorpio, Sagitario, Capricornio, Acuario, Piscis, Aries, pero también Las Pléyades, Orión, Perseo, Auriga, parte de Piscis, la diosa Anunitu. La posición de los planetas en las constelaciones podía implicar presagios diferentes para los mesopotámicos: “Si Marte se acerca a Escorpio habrá una brecha en el palacio del príncipe”.

La creación posterior de doce signos zodiacales cubriendo 30o de cielo sin tener relación directa con la disposición y extensión exacta de las constelaciones a las que hacen referencia pudo ser una necesidad de proyectar sobre el cielo los doce meses del año astronómico, así como por su utilidad para la construcción de cartas natales u horóscopos. Por otra parte, este cambio pudo obedecer también a motivos religiosos debido a la importancia cada vez mayor de los dioses solares. La primera referencia a efemérides indicando la posición de planetas respecto al zodiaco proviene de 419 AEC.: “Nisannu: Júpiter y Venus, al extremo de Géminis, Marte en Leo, Saturno en Piscis. día 19: Mercurio como estrella de la tarde se pone en Tauro. Día 2 de Addaru: Júpiter en el extremo de Cáncer, Venus en Aries, Saturno, Marte y Mercurio invisibles”.

En definitiva, el zodiaco se establece como un sistema de referencia donde podemos tabular la posición de los planetas en términos de grados respecto al punto origen del zodiaco. A cada uno de estos signos zodiacales se les otorga unos ciertos “poderes” astrológicos.[1]

Transmisión de la astrología mesopotámica a los griegos

Ningún investigador duda del origen mesopotámico de la astrología occidental. La ruta de esta transmisión fue desde Mesopotamia a Egipto, Grecia e India a partir de la época del imperio de Alejandro Magno (época helenística). Distintas leyendas nos dicen que la transmisión a Grecia de las prácticas astrológicas fue llevada a cabo por Beroso, un sacerdote babilonio que se trasladó a la isla griega de Cos fundando una escuela en el III AEC. En realidad no sabemos exactamente lo que ocurrió desde la elaboración de la primera carta natal en el 410 AEC. y el texto astrológico completo más temprano que se conoce, el Astronomicon, de Marco Manilio, escrito durante el reinado de Tiberio (entre el 14 y el 37 EC.).

Los únicos textos griegos sobre astrología que han sobrevivido son el Carmen Astrologicum de Doroteo de Sidón, escrito a comienzos del siglo I EC. y el celebérrimo Tetrabiblos de Claudio Ptolomeo, del siglo II EC. Este último libro presenta una técnica muy compleja de elaboración de las cartas natales que nunca se ha podido encontrar en los textos cuneiformes. Es posible que los fundamentos de las técnicas que describe Ptolomeo se originaran en Persia y que se desarrollasen posteriormente en Grecia, pero esto no es más que una hipótesis.

Una de las contribuciones importantes atribuidas a la astrología griega fue el establecimiento del carácter de cada planeta. Aunque en el Enuma Anu Enlil ya se distingue entre planetas benéficos (Venus y Júpiter), maléficos (Marte y Saturno) y ambivalentes (Mercurio), parece ser que los griegos les proporcionaron el carácter que se puede encontrar en la astrología contemporánea.

Existe una diferencia fundamental entre la astrología babilónica y la posterior griega. La primera de ellas fue esencialmente reveladora, en el sentido de que los signos o presagios celestes nos proporcionan indicios sobre cuál puede ser la voluntad de los dioses. No hay un concepto de causa y efecto implícito. La posición de los planetas no causa los hechos sino que nos indica que éstos pueden producirse. No existe un determinismo. La posición de los planetas y los hechos que presagian están gobernados, en última instancia por la voluntad caprichosa de los dioses. Hay varios factores que pueden haber influido en la evolución de una astrología reveladora a otra determinista como es la griega. Por una parte los avances en la predicción de las posiciones planetarias a partir del siglo IV AEC. y, por otra, la aparición del estoicismo con Zenón de Citio. Esta corriente filosófica mantiene la naturaleza cíclica de la creación con periodos de muerte y destrucción del Universo y la ley del destino humano. De hecho, los estoicos consideran que todas las cosas del Cosmos obedecen una misma ley del destino y que las mismas leyes físicas gobiernan tanto a los objetos terrestres como a los de la esfera celeste. La vida humana está predestinada. La combinación de la filosofía estoica y la aristotélica impregna el Tetrabiblos de Ptolomeo, cosa que se demuestra en este pasaje:

Las estrellas así como los planetas, según recorren sus órbitas, producen muchas impresiones sobre el Ambiente. Generan calor, vientos y tormentas, una influencia a la que todos los objetos terrestres están sujetos. Más aún, la configuración mutua de todos estos cuerpos celestes, mezclando sus influencias individuales, produce una multiplicidad de cambios”.

Este pasaje revela ya un sentido determinista, una relación causa-efecto, concepción mecánica del mundo reinterpretada a partir del estoicismo que será también asumida por los únicos autores de los que tenemos textos astrológicos en latín: Marco Manilio, que escribió el Astronomicon y Julio Firmicio, que escribió la Mathesis. Ambos autores entienden que los indicadores celestes y los sucesos terrestres vienen determinados por un mismo antecedente: la mente divina.

Los astrólogos griegos atribuyeron también distintas propiedades a los signos del zodiaco, en buena parte basadas en las figuras que representan los signos. Otras propiedades adicionales son los cuatros elemento o “humores”: fuego, aire, tierra y agua que según Aristóteles constituyen el mundo sublunar. A cada uno de los signos se le asocia uno de estos elementos, lo que define una clasificación cuaternaria. Otra clasificación es la ternaria, con signos “cardinales”, “fijos” y “móviles”. Y una última polaridad en masculinos o activos y femeninos o pasivos. Los signos de tierra se consideran “prácticos”. los de agua “emotivos”, los de aire “intelectivos” y los de fuego “inspiradores”. Las propiedades de los signos se debilitan o aumentan según los planetas que se hallen en ellos. Se tiene una combinación especialmente intensa cuando un planeta se encuentra en un signo que domina. Según el Tetrabiblos de Ptolomeo, la influencia de cada planeta es más fuerte cuando está en un signo determinado, se dice que este planeta “domina” el signo: Sol-Leo, Luna-Cáncer, etcétera. Como los griegos eran muy aficionados a la geometría, también influye el ángulo que forman entre sí los planetas: conjunción (muy cercanos), cuadratura (a 90°), oposición (180°). Un horóscopo será entonces la interpretación de la combinación de las propiedades de los planetas y de los signos allá donde se encuentren sobre la bóveda celeste en el momento del nacimiento.

Astrología en el imperio romano

La astrología fue ampliamente aceptada en el Imperio Romano y fácilmente incorporada a su religión. Se utilizó principalmente durante la época imperial y la ejercían dos clases de astrólogos: por una parte los itinerantes, que realizaban su arte al aire libre y públicamente, generalmente en el foro o el circo de las ciudades, estando algunos de ellos especializados en las apuestas de las carreras o los gladiadores y, por otro, los profesionales, con clientes pertenecientes a la élite intelectual y social; generalmente eran extranjeros (egipcios, babilonios y griegos) debido al atractivo de su personalidad exótica, quizás como ocurre en la actualidad en España con los adivinos de origen sudamericano.

Los astrólogos fueron muy utilizados por los emperadores, sobre todo Augusto y Tiberio. Fue tanta la fe que tenían algunos emperadores, que llegaron a prohibir su práctica (excepto por ellos mismos) debido al miedo que les producía que los astrólogos fueran consultados por sus enemigos. Hubo varios decretos imperiales prohibiendo estas prácticas. Por ejemplo, los emperadores cristianos como Constantino o Teodosio prohibieron su uso por considerarlo un desafío subversivo a la autoridad de Dios, que en la Tierra residía en la Iglesia. El colapso del imperio romano supuso el desuso de la astrología por largo tiempo en Europa occidental. Durante el imperio romano la astrología estuvo íntimamente relacionada con la iconografía y los contenidos de las denominadas religiones mistéricas, como el hermetismo y el mitraísmo, originarias de Egipto y Asia Menor respectivamente. Estas religiones estaban profundamente influidas por la doctrina platónica de la encarnación del alma a través de las esferas planetarias.

De la antigüedad a la revolución científica

Uno de los aspectos más nocivos de la astrología ha sido la denominada medicina astrológica, establecida desde los antiguos griegos y recogida en el Astronomicon de Marco Manilio. Se basa en la asociación de las distintas partes del cuerpo con signos del zodiaco y de que muchas de las enfermedades las causan los planetas. Restos de estas creencias supersticiosas los podemos observar en los idiomas modernos. Por ejemplo, en varias lenguas a la gripe se la denomina “influenza” esto proviene de la creencia antigua de que la enfermedad estaba producida por la influencia de los astros. Otra anécdota interesante es que en Italia, en el siglo XV, se creía que la sífilis (traída del Nuevo Mundo tras su descubrimiento) la había causado la conjunción, ocurrida en 1484, de Saturno con Júpiter en Escorpio, signo que domina los genitales, y Saturno, que es un signo maléfico. La Iglesia cristiana, hostil a la astrología, intentó construir una medicina alternativa a la astrológica. En vez de los signos del zodiaco eran los santos los que gobernaban distintas partes del cuerpo. Así se debía rezar a santa Apolonia para los dientes, a San Erasmo para la barriga y a Santa Lucía para los ojos.

En la cosmología medieval Dios es el primum mobile, es decir el motor que mueve todas las esferas celestes y planetarias. Esta idea sustentó el convencimiento de que la influencia de las estrellas podía causar movimientos o acciones sobre la Tierra y por lo tanto también sobre la vida de los hombres. Paracelso, médico alemán del siglo XV, intentó racionalizar la influencia de los astros como debida a una especie de onda astral. Antes de suministrar cualquier medicina, los médicos astrológicos debían tomar en consideración la posición de los planetas. Si se quería que una medicina fuese eficaz había que esperar a que la Luna se alejara del planeta que favorecía la enfermedad en cuestión y se acercase a otro que la obstaculizara. La medicina astrológica empleaba asociaciones entre distintos metales y cuerpos celestes: oro-Sol, plata-Luna, hierro-Marte, etcétera. El uso abusivo de la medicina astrológica se ilustra en el texto del siglo XII De urina non vista escrita por Guillermo de Marsella. Esta obra se basa en el diagnóstico de enfermedades mediante el análisis visual de la orina de los enfermos. Este método tenía un problema que era cuando no se podía obtener la orina del enfermo. El autor resolvía el problema construyendo el horóscopo del paciente para conocer la apariencia que debía tener dicha orina. Resulta paradójico que el considerado primer tratado de medicina impreso en castellano, escrito por el médico y astrólogo Diego de Torres en 1485, llevara el título Eclipse de Sol. En esta obra además de predecir el eclipse de Sol ocurrido el 16 de marzo de 1485, ofrece “medicinas preservativas y curativas y remedios contra la pestilencia que significa el eclipse de Sol”.[1]

Una de las innovaciones astrológicas más importantes realizadas en la Edad Media la llevaron a cabo los astrólogos árabes, que incluyeron una complicación más a los horóscopos: el concepto de las casas. Como la Tierra gira sobre su eje cada 24 horas, los astros aparentan desplazarse diariamente sobre la esfera celeste. Los árabes idearon un sistema de doce husos inmóviles sobre la esfera de 30o de anchura, denominados casas y separados por meridianos denominados cúspides. Como era de esperar, cada casa está dominada por un signo del zodiaco y Aries domina la primera casa, que coincide con el horizonte este. Cuando un signo se encuentra en la casa que domina se intensifica su efecto en el horóscopo. La cúspide de la primera casa se denomina “ascendente”, mientras que la cúspide de la sexta es el “descendente”. Son muy importantes en el horóscopo actual. Todavía hay discusiones entre los astrólogos para definir el tamaño de las casas y la posición exacta de las cúspides.

La Iglesia, en sus intentos de luchar contra la astrología popular, creyó conveniente en el siglo XII aceptar los métodos de la astrología árabe para intentar “racionalizar” la lectura de los presagios celestes y ponerlos bajo control eclesiástico, así como controlar el cómputo del tiempo, la predicción de eclipses y la determinación de momentos importantes del ritual cristiano, como la pascua.

Con el renacimiento surge la ciencia moderna y la separación definitiva entre astronomía y astrología, aunque esta última era aceptada y utilizada en toda Europa. Dentro de la revolución científica de esta etapa se realizaron dos descubrimientos importantes en el sistema del mundo que alteraban de raíz las preconcepciones astrológicas: la redondez de la Tierra y el heliocentrismo. La redondez de la Tierra plantea varios problemas graves a la astrología como la invalidez del sistema clásico de las casas para millones de personas que viven por encima del círculo polar ártico. Otro problema de los habitantes de esas zonas frías es que cuanto más cercanos al polo estemos, más son las constelaciones zodiacales que se encontrarán siempre por debajo del horizonte.[1]

Véase también

Referencias y ligas externas

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  1. 1,0 1,1 1,2 1,3 1,4 Esteban, César: Astrología, apuntes sobre la historia y evolución de un mito. Revista El Escéptico. 2001. pp 38-48, ISSN 1139-938X
  2. Jacobsen, Thorkild: The Treasures of Darkness: A History of Mesopotamian Religion. Yale University Press. New Haven and London.
  3. Campion, Nicholas: Babylonian Astrology: Its Origin and Legacy in Europe. En Selin H. (Ed.): Astronomy Across Cultures: The History of Non-Western Astronomy. Kluwer Academic Publishers. Gran Bretaña. 509-553.
  4. Kramer, Samuel Noah: The Sumerians: Their History, Culture and Character. University of Chicago Press. Chicago and London.